La arquitectura experimenta las posibilidades espaciales originadas a partir de una reflexión entre la poesía y el habitar, conformando piezas tectónicas que establecen de una manera contundente la interacción entre al usuario y la materia, que generan las tensiones necesarias para que el paso por su lugar se transforme en una fuga, un desprendimiento, un escape de la cotidianidad espacial a la que se somete, para introducirle en un trayecto discontinuo de fugas y retrocesos, de escenarios cambiantes y de limites etéreos, entre lo tectónico y lo celeste, que rememoran las cualidades primigenias de la misma y el habitar y posicionan al ser en un estado de tensión y fragilidad, que le expone a experiencias vivenciales que anhelan otorgarle una calidad de vida inefable.
